Me llamo Gabriel. Murmuró el muchacho sorprendido por la pregunta.
El sacerdote,Bueno ahora tomarás la semilla que hay en ese saco junto a la puerta y con las herramientas que dejé junto a la cabaña prepararás la tierra y la sembrarás hoy.
Gabriel tomó el saco y sin preguntar nada fue a realizar la tarea encomendada.
El sacerdote aparecía y desaparecía durante el día, sin embargo observó como el muchacho labraba la tierra y sembraba la semilla.
Cuando terminó se apareció ante el muchacho y le dijo:
-Has terminado tu trabajo, para comenzar tuviste que labrar la tierra; abrirla y dejarla preparada para recibir la semilla. Sacaste la maleza e hiciste los surcos con gran trabajo. Después colocaste la semilla con delicadeza sobre su nuevo hogar, la tierra acoge la semilla y la guarda para que germine.Y así la cubriste para que se inicie un nuevo ciclo.-
-Sólo falta agua y aquí en este lugar no hay mucha- Comentó Gabriel
El sacerdote, sin decir nada levantó un brazo y con el dedo índice señalando el cielo del atardecer se quedó ahí inmóvil, concentrado mirando al horizonte. De pronto las nubes comenzaron a concentrarse y se tornaron grises, una fresca brisa movía la túnica del maestro y las hojas de los árboles comenzaron a volar formando espirales alrededor de él. Al cabo de unos minutos una leve llovizna caía sobre ellos mojando todo a su alrededor.
El sacerdote se incorporó e hizo una señal al muchacho para que se guarecieran en la cabaña, ahí ambos miraban como las delicadas gotas humedecían la tierra.
El sacerdote le dijo a Gabriel:
No hay magia si no crees en lo que haces y la magia no es mas que usar las leyes del universo en lo que haces.
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