Continuaron con la rutina meditativa por una semana, con rigurosa disciplina el sacerdote indicaba los tiempos.
Un día en la mañana cuando llegó el sacerdote vio al muchacho sentado fuera de la cabaña sentado sobre una roca llorando amargamente.
-Levántate y sígueme.- Dijo el sacerdote.
Gabriel obedeció, enjugando sus lágrimas con el pañuelo que le dio su madre al salir de casa.
Caminaron hasta las grandes rocas que estaban en el camino a la llegada del templo.
Lee aquello escrito en esa roca, ordenó el sacerdote.
El muchacho se acercó a la piedra y en voz alta leyó: Hasta aquí llegarás.
Ahora lee la otra.
Dice: Camina sólo tú. No entiendo, ¿A que se refieren?
Muchacho, cuando llegaste aquí te detuviste ante estas dos grandes piedras y viste el templo. Traías tus cosas en ese viejo morral que cargabas. También en tu mente cargas con creencias, recuerdos y conocimientos fruto de una educación y de la experiencia de todo lo que has vivido. Si has venido a este lugar no ha sido solamente para quitarme la llave o abrir el templo, comenzaste un viaje que va más allá de los límites de estas señales y esta travesía es únicamente tuya.
El muchacho confundido no supo que preguntar.
Al ver la expresión del rostro de Gabriel, el sacerdote comentó:
Si estas confundido hoy ordenarás tu cabaña, surtirás de agua fresca los depósitos y recolectarás frutos en el bosque bajo la colina. Eres libre de volver o marcharte.
Gabriel sin decir nada, fue a la cabaña a ordenar sus cosas.
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