sábado, 18 de enero de 2014

Las puertas de oro (4º Parte)

Sin decir nada el sacerdote salió de la cabaña, Gabriel comió frutos secos, granos y bebió agua. Cansado se acostó sobre una cama hecha con paja y durmió hasta el amanecer. Cuando despertó un la tenue luz del alba señalaba que estaba por aparecer el sol tras las montañas. Rápidamente comió algo y se alistó para esperar al sacerdote.
Al salir el sol, se escuchó una dulce melodía de una flauta que venía de afuera de la cabaña. Gabriel salió y vio al sacerdote sentado bajo un árbol tocando el instrumento. Caminó hasta quedar unos pasos cerca de él.
El sacerdote dejo la flauta sobre el pasto y comenzó a hablar:
-Siéntate muchacho. Ayer sembraste la semilla, ahora esperarás que germine y brote. Así como la semilla debe ser tu espíritu, romper la corteza mental con sus conocimientos y creencias para dar paso al brote que crece y busca la luz. Hoy buscarás vaciar tu mente de pensamientos. Vamos siéntate y cierra los ojos.
El muchacho obedeció,  el sacerdote comenzó a explicar lo que tenía que hacer, primero relajar la respiración a un ritmo cómodo, se quedaron ahí sólo practicando la respiración por un buen rato. Después le ordenó que se levantara y vaya a la cabaña a beber agua. A su regreso volvieron a practicar y esta vez comenzaron a concentrarse en las sensaciones que percibía, poner atención en las señales físicas del cuerpo. El sacerdote ordenó al muchacho que vaya y lavara sus manos y comiera frutas que había dejado en la cabaña. Al regresar nuevamente reanudaron la práctica.
Hubo pausas para comer, lavarse, orinar y defecar todo a intervalos regulares cuidadosamente cronometrados.
Así avanzó el día, ya en la tarde el sacerdote le ordenó que se concentrara en los pensamientos que aparecían, que los observara y no se hiciera parte de la historia que cada uno de ellos representaba. Así poco a poco el muchacho comenzó a experimentar el vacío, el silencio que existe entre un pensamiento y otro, de pronto su mente comenzaba a experimentar una tranquilidad desconocida para él, la vorágine de pensamientos, el ruido mental comenzaba a desaparecer para dar paso al silencio sin tiempo.
Continuaron practicando hasta que anocheció, la luz de la luna llena iluminaba en forma tenue sus cuerpos.  Entonces el sacerdote dijo:
-Ahora has experimentado la meditación y has aprendido a liberarte de la persistencia de los pensamientos.-



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