Al otro día comenzaron temprano con la meditación, el sacerdote esperaba al muchacho bajo la sombra de un gran árbol. Estaba sentado con su mano derecha sosteniendo un báculo mientras miraba hacia la cabaña.
Los tenues rayos de sol iluminaban cálidamente el paisaje. Al ver a su maestro en aquel lugar el muchacho se sentó al lado de él como a un metro y medio de distancia.
Sin decir palabra alguna, ambos permanecieron inmóviles por largas horas. El sol ya expresando toda su fuerza y calor, despertaba todo lo que tocaba, vegetación, los insectos, las aves todo se movía.
De pronto una mosca se paró sobre la nariz de Gabriel, el muchacho que no pudo aguantar la sensación del insecto caminando por su cara, con la mano trató de cazarla distrayéndose de la meditación. El sacerdote al sentir el ruido del tosco movimiento moviendo el báculo asestó un certero golpe en la cabeza de Gabriel.
El muchacho gritó del dolor y dirigiendo una mirada de rabia protestó contra el maestro:
¿Por qué lo hiciste?
El anciano murmuró:
Las sensaciones que percibes están en tu mente, valora el delicado caminar de esa mosca que te permite sentir que estas vivo.
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