Cierta vez, una persona que tenía estudios humanistas, me comentó sobre la caja de Skinner, un psicológo que estudió el comportamiento de animales como ratones y palomas que se encontraban en cautiverio dentro de una pequeña caja. Un caso particular de este experimento fue cuando se le dio comida a intervalos aleatorios a los animales. Skinner observó que los animales desarrollaban una conducta repetitiva, como si por el hecho de hacer ciertos movimientos causaran la aparición del alimento, esto fue denominado comportamiento supersticioso. Posterior a la publicación de sus resultados, hubo una discusión sobre ellos que dieron paso a nuevos puntos de vista que explicarían dicho comportamiento.
Es interesante la experiencia de Skinner, si imaginamos que nosotros también nos comportamos de esa forma, creemos que actuando de cierta forma, haciendo algún ritual, elevando una plegaria o una rogativa obtendremos eso que queremos.
Somos tan libres para elegir lo que queremos hacer que en forma contradictoria por alguna razón nos imponemos límites, inventamos dioses superiores a nosotros, un destino determinado, que todo está escrito, etc. Nos llenamos de amuletos, figuras, ofrendamos tesoros o sacrificios para obtener la aprobación superior y así satisfacer esa necesidad de creer en algo, pasamos a ser esclavos de un dogma.
No es malo creer en un ser superior, en una divinidad, en el universo, en la fuerza cósmica, en la conciencia universal, etc, lo malo es elegir voluntariamente encerrarse en una prisión.
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